A la pregunta sobre el porqué de la mala imagen de los empresarios en nuestros días, que inicia la entrevista, lo primero que hace Jordi Castanyer (Sóller, 1942) para responderla es mostrar abiertamente sus manos, cuya piel aparece arrancada por productos químicos con los que ha trabajado desde su adolescencia. “Esto ya no tiene remedio. Quiero decir con ello que el mundo empresarial nunca es fácil, y menos en una pequeña empresa familiar como la nuestra”, razona.
Castanyer no se formó en la misma medida que sus dos hermanos, pero sí que estudió contabilidad e idiomas… “Los idiomas han sido muy importantes en mi vida. De hecho, mi esposa holandesa…”, dice pícaramente. Recuerda igualmente haber aprendido a escribir en redondilla y con tinta china.
El caso es que, una vez acabado el Bachillerato, con 16 ó 17 años, ya se incorporó a la empresa familiar. Una empresa que empezó con sus padres, Tomeu y Margalida, él mismo y Joanet, el primer empleado de la casa. Cabe apuntar que un sobrino de Joanet le tomó el relevo, y hoy trabaja como chófer en Depur-clor.
El padre de Jordi Castanyer, Tomeu, era técnico electrolítico, y eso marcaría el futuro del primogénito de la familia. Sus dos hermanos se dedicaron a estudiar, mientras que él, en un acto de responsabilidad, prefirió estar al lado del progenitor. “Mi padre sólo no hubiera podido con todo”, relata.
Las dificultades no faltaron. Había que acceder a la financiación externa, y ésta estaba por las nubes. “En los años sesenta, efectivamente, los créditos bancarios estaban por encima del 14 por ciento, lo que es tanto como usura’.
Tomeu Castanyer había montado una empresa electrolítica en Sa Pobla y, de hecho, los inicios de Depur-clor estaban encaminados a seguir en ese ámbito profesional, pero el boom turístico propició un encarecimiento de la sal, de la electricidad y del transporte de mercancías, lo cual hizo virar la estrategia de los Castanyer hacia otra especialización: la cloruración con gas. Se abastecían de 1.000 kilos de gas para la obtención de 25.000 o 50.000 litros de lejía.
Formado en Bélgica, el padre de Jordi Castanyer tenía una visión preclara para los negocios. Montó la jabonería La Roqueta, la primera de Mallorca y de las primeras de España. Después, vendría la marca de lejía El Parado, aún hoy en el mercado. Los Castanyer, en la misma línea, fueron pioneros en la Isla en poner la lejía en envases de plástico.
Fue en 1966 cuando la empresa Depur-clor de los Castanyer se trasladó a lo que hoy es Son Castelló. Al ser una industria peligrosa, con tratamiento de productos químicos, era conveniente y recomendable salir del centro de la ciudad y ubicarse en el incipiente polígono.
La Administración les hizo saber que estarían exentos del pago del impuesto de erradicación, pero “cuál fue nuestra sorpresa cuando nos llegó un equipo del Ayuntamiento para cobrar con efectos retroactivos por aquel mimo concepto. Le dije al inspector que iba a pagar, pero que me sentía robado y estafado”. Jordi Castanyer también recuerda que se les quería hacer pagar por la entrada y salida de carruajes, aunque finalmente no se llevó a la práctica ese gravamen.
Asimismo y posteriormente, en Depur-clor fabricarían detergente especiales para lavar las botellas de leche. Trabajaron para la Asociación General Agraria Mallorquina (AGAMA) y para la marca catalana Letona. En todo caso, el principal cliente de la empresa eran los hoteles de Mallorca para la depuración de sus piscinas, sin olvidar los encargos particulares.
En un primer momento, la vivienda familiar de los Castanyer estaba en el primer piso del edificio que albergaba la empresa. “Eso hacía que siempre estuvieras localizado y que no pudieras dejar de atender cualquier demanda de los clientes independientemente del momento en que ésta se produjera. En una empresa familiar como la nuestra había que hacer muchos esfuerzos, ha habido que luchar mucho siempre. No había sábados, domingos, festivos o vacaciones que valieran cuando el trabajo obligaba…”.
Trabajando arduamente y codo con codo junto a su progenitor, Jordi aprendió muchas cosas de él. “Uno de los consejos que me dio mi padre fue no engañar nunca al cliente, brindarle la máxima calidad y seriedad y todo nuestro asesoramiento y, sobre todo, darle las gracias por confiar en nosotros. Eso es algo de lo que adolecen hoy en día muchas empresas, sobre todo pequeños comercios”, se lamenta. En cualquier caso, recuerda Jordi hacer el reparto de productos en una moto y un remolque.
Cuando se le inquiere por número de empleados de la empresa den la actualidad, responde con un “no lo sé con exactitud, porque yo ya no pago nóminas”. Dicho esto, hace recuento y da la cifra: diez trabajadores, entre los cuales incluye a su hijo Jordi, quien, con 43 años, es el administrador de la empresa.
“Llega un momento – comenta Castanyer – que debes dejar que sean los jóvenes los que tengan sus fallos y sus glorias. Es la manera de aprender”. Se lo nota en el rictus de su rostro el orgullo por haber vinculado a la tercera generación de los Castanyer con el negocio.
“Hoy, las empresas del ramo poco o nada tenemos que ver con lo que fuimos antaño, en el sentido de que básicamente somos envasadores; de lo que es producción propia, poca cosa”. En todo caso, sí existe, en su opinión, un denominador común entre el pasado y el presente, y es el hecho de centrar la mayor porte de su trabajo en los meses de temporada alta. “Así, no cabe duda de la importancia de la meteorología en nuestro negocio. Si tenemos mucha lluvia en verano, nos resentiremos de un modo inequívoco”.
En un momento de la conversación, Castanyer rescata un ejemplar del libro ASIMA, la historia de un sueño (1964 – 2014) para mostrar una fotografía de un mapa de los terrenos que, con los años, se convertirían en lo que es hoy el Polígono de Son Castelló “Hacia los 1966 o 1967, el Polígono todavía no estaba urbanizado, no había calles, sólo cuatro estacas de madera, pero nosotros ya estábamos aquí. En esta calle (Gremio Zapateros), estábamos un herrero, el señor Llinás, y junto a nosotros otra finca en la que se producían almendras y había vacas”.
Jordi Castanyer recuerda la inauguración de Son Castelló por parte del ministro Solís, en 1967, y “la arenga que nos soltó a todos los presentes. Aquello no nos gustó nada a algunos y, de hecho, ni yo ni mi padre fuimos a la comida posterior”. Sí tiene, en cambio, buenas palabras y buenos recuerdos de los principales impulsores del Polígono: Ramón Esteban, Damián Barceló o Jeroni Albertí, entre otros. “Ellos se quemaron las cejas para conseguir los permisos pertinentes de Madrid par convertir aquel proyecto en una realidad. Era un proyecto magnífico sobre la mesa, pero tenía que materializarse, y no todo el mundo lo creía factible”, reconoce.
“De hecho – añade – ASIMA es un caso excepcional porque ses el resultado de la única unión de los empresarios mallorquines. El problema que tenemos en esta tierra es que cada uno funciona como una república independiente”.
De ASIMA, Jordi Castanyer guarda un recuerdo muy entrañable hacia la figura de la que fue secretaria de la casa, Josefina Bustos. “Siempre se acordaba de los nombres de todos nosotros y sabía encontrar solución a todo. Era un encanto”.
Hombre dinámico y deportista, Castanyer compartió su afición por el remo en el Real Club Náutico de Palma con el también empresario de Son Castelló, Alberto Llodrá. “Cuando había reuniones de ASIMA, todo el mundo estaba callado, como compungido, excepto él y yo, que no dudábamos en preguntar todo aquello que queríamos saber”.
Haciendo análisis de los empresarios de Mallorca, Jordi Castanyer asevera: “Somos fenicios, muy comerciantes. Y eso tiene sus puntos buenos y sus puntos malos, como casi todo en esta vida. El hecho es que de cada diez mallorquines que se van al extranjero, nueve triunfarán con toda probabilidad, mientras que de cada diez peninsulares que hacen lo mismo, sólo triunfará uno”.
Finalmente, con un análisis claro de lo que debería ser la política, Jordi Castanyer asume que ése nunca podría haber sido su mundo porque “para mí, lo blanco es blanco y lo negro es negro, y en la política priman los grises”.