Kjell Dahlberg era un capitán sueco de yate que, en 1958, debía llevar un velero de Estocolmo a San Remo. En ese trayecto, la embarcación se averió y tuvo que detenerse en Palma para ser reparada. No era una cosa menor, y Dahlberg tuvo que permanecer en la Isla durante un año. En ese período, conoció a una mallorquina, Rosa Coll, a la que se llevaría a su país de origen y a la que convertiría en su esposa. La pareja estuvo un año en tierras suecas, pero decidieron que su futuro juntos tendría mejores expectativas en Mallorca, con lo cual regresaron a la Isla, ya para quedarse, crear su propia empresa y su propia familia.
De esta manera, y casi a la par, en 1961 nacía la primogénita, Margarita, y una compañía pionera en la reparación y mantenimiento de yates en Mallorca. Por la dificultad en la pronunciación de su nombre, muchos clientes y amigos llamaban a Kjell, Miguel “El Sueco”.
En 1966, la familia aumentó con el nacimiento de la segunda hija, Rosa. También iban en aumento los encargos a la empresa, en la que ambas hermanas habrían de involucrarse años después. Sea como fuere, la pequeña Margarita mostró desde un principio inquietud y pasión por el mundo de los barcos. Ya los pisaba cuando aún usaba chupete. Le gustaba arreglar cosas, desmontarlas y volverlas a montar, con especial habilidad para ello.
Su padre, muy enfocado en la mecánica de los barcos, le aconsejó que estudiara electrónica, porque ahí veía un futuro claro. Así, haciendo caso a su progenitor, Margarita cursó su solicitud para estudiar esa rama de Formación Profesional en el colegio San José Obrero. En primera instancia se la denegaron por ser mujer y porque – le dijeron – “no iba a encontrar trabajo”, pero ella (haciendo frente a la adversidad, como anticipo de lo que sería su vida profesional en años venideros) logró cambiar esa decisión en base a dos argumentos: por un lado, porque sí tendría trabajo, en la propia empresa familiar, y, por otro, porque cumplía con el requisito de contar con buenas notas en matemáticas y física.
Su padre la ayudó, pero quien tuvo que argumentar para salirse con la suya en ese episodio fue la propia Margarita. “Recuerdo que mi padre siempre aplicaba la misma filosofía conmigo: ‘¿Para qué te voy a dar el pescado?; el día que yo no esté no sabrás como pescarlo. Entonces, será mejor que te enseñe qué caña y que cebo puedes usar, y así podrás conseguir el pescado por ti misma”.
Así, Margarita pudo formarse en electrónica por espacio de cinco años (de 1974 a 1979). No fue una etapa fácil, puesto que tuvo que hacer ver a compañeros (todos chicos) y a profesores que ella estaba ahí no para pasar el rato ni como un divertimento, sino para aprender y obtener el título. “Los estudios eran muy complejos. La Formación Profesional en esos tiempos estaba muy bien estructurada, y salíamos con una formación global muy aceptable. Tristemente, en los últimos años la FP se ha ido desprestigiando”. Además de la parte académica, Margarita Dahlberg aprendió (y así lo subraya ella) cómo manejarse en las relaciones humanas. Esos conocimientos no los obtuvo de ningún libro, sino de sus experiencias diarias y cotidianas.
Por ejemplo, en un mundo de chicos, ella ya empezó a evidenciar dotes de liderazgo. De algún modo, ejercía de portavoz del grupo ante el cuadro de profesores ante cualquier reivindicación que plantear. “Puedo decir que esa etapa de mi vida fue muy productiva. Y aunque entonces no lo veía así, con la perspectiva del tiempo sí puedo decir ahora que fue una etapa feliz para mí”, confiesa.
A todo ello, la empresa que su padre había fundado en 1961 había ido haciéndose un nombre y abriendo un abanico importante de empleos en el sector náutico. Él había abierto la veda. Con la puesta en marcha del Club de Mar, en 1972, Dahlberg montó en sus dependencias varios talleres de reparación y mantenimiento de embarcaciones. Llegó a contar con 30 trabajadores autónomos.
Pero pasados unos años, y tras un desencuentro, Djell Dahlberg decidió por volver a trabajar en su propio taller, sin quizás tanta presión más a su manera. El taller en cuestión estaba en la calle Nicolás de Pax, en el centro de Palma.
Y ahí se incorporó Margarita, en 1980, tras haber pasado medio año formándose en Inglaterra, en la fábrica de la prestigiosa firma B&G, que la dotó de conocimientos técnicos muy avanzados y que a ella, ni que decir tiene, le vendrían muy bien. Obtuvo, además, el certificado de Servicio Técnico Oficial de la compañía. Fue la primera mujer en obtenerlo.
En 1984, con la incorporación de la hermana menor a la empresa, ésta se constituyó en Sociedad Anónima, en el mismo momento en que se dividió en dos grandes áreas: por un lado, Margarita se ocuparía de la parte electrónica, mientras que Rosa haría lo propio con el área de saneamiento. También ese año, el marido de Margarita se sumó al departamento técnico de la empresa.
“Mi padre no esperó a ser muy mayor para hacer el traspaso de poderes – relata Margarita Dahlberg – sino que lo fue haciendo efectivo poco a poco, para culminarlo en 1989. Dicho esto, cabe reseñar que él estuvo viniendo a la empresa cada día, hasta pocos meses antes de fallecimiento en 2015”.
Un punto de inflexión importante en el devenir de Dahlberg fue la obtención, en 2003, de la ISO 9001 para todos los departamentos de la misma. “Fuimos de las primeras empresas de nuestro nivel en obtenerla, ello nos permitió estandarizar los protocolos de trabajo y ganar en eficiencia. Aún hoy trabajamos de acuerdo con los estándares fijados en aquel momento”.
No menos importante fue el cambio de sede de la empresa. Se produjo en 2006, y significó mudarse al Polígono de Son Rossinyol. Fue en un momento en el que las expectativas eran inmejorables, la empresa tenía 17 trabajadores contratados, y suministraba a la práctica totalidad de los astilleros.
de España. De hecho, el 70 por ciento de facturación de la empresa procedía de la Península, y el 31 por ciento de Mallorca.
Pero la crisis lo truncó todo… “A nosotros nos llegó en 2006. Fue muy curioso. Teníamos toda la cartera de pedidos de los astilleros a pleno funcionamiento. En julio, les suministramos esos pedidos con toda normalidad. En agosto, cerraban por vacaciones, y en septiembre, cuando retomaron la actividad, nos cancelaron todos los pedidos para el resto del año”, rememora Margarita.
Dahlberg se encontró con una nave recién adquirida y el almacén absolutamente lleno. Fueron momentos duros, de noches de insomnio y de lágrimas. Las entidades financieras habían bloqueado el crédito y la solución a la situación era de todo menos fácil. “Nunca pensé en cerrar la empresa, pero sí que hubo momentos en que pensaba que no podríamos hacer frente a todas las deudas contraídas”, admite.
A grandes males, grandes remedios, dice el refrán. En Dalhberg, hubo que mover ficha para salir adelante. “Las decisiones que tuvimos que tomar, que fueron muy duras en su momento, fueron también acertadas porque nos han permitido seguir adelante con el mismo nivel de calidad de siempre. Ahora parece que se está activando la línea de saneamiento, lo cual indica que las cosas van a mejor”.
Hubo que reestructurar la empresa, rebajar salarios y redefinir la estrategia para dar salida a esa dura situación. “En el ámbito de la electrónica, no pudimos trabajar a escala nacional como era nuestro deseo, puesto que la firma B&G había sido absorbida por una multinacional como consecuencia de la globalización. Entonces, tuvimos que potenciar la empresa como un centro muy potente de reparación”.
Y de todo, también de los malos momentos o de los más duros, se pueden extraer conclusiones importantes para el futuro. “Ahora todo está mucho más medido, mucho más analizado; en estos años hemos aprovechado para formarnos, sobre todo en cuestiones tecnológicas. Siempre hemos tenido claro que nunca nada será como antes, pero tampoco la crisis puede durar eternamente, y queríamos prepararnos para estar en primera línea cuando llegara el momento”.
A propósito del trabajo en el seno de una empresa, y de la relación entre empresarios y empleados Margarita Dahlberg hace una lectura muy clara. “Entiendo que la empresa es un equipo. No hay empresarios sin trabajadores, y no hay trabajadores sin empresario. Leí recientemente una frase que suscribo: No te preocupes de cuidar a tus clientes, cuida a tus trabajadores, que ellos se encargarán de cuidar a tus clientes”.
Por otra parte, Margarita Dahlberg comenta que “ser empresario no es para nada fácil. Muchos pequeños empresarios tenemos nuestro patrimonio y el de nuestros padres hipotecado y como aval de la empresa. Como todo se vaya al garete, nos quedamos todos en la calle. Muchas veces eso se olvida, y no debe hacerse”.
Pensando en la llegada de la tercera generación a la empresa que fundó su padre, Dahlberg afirma: “Yo tengo dos niñas y mi hermana, un niño y una niña. La idea es que a medida que puedan se vayan incorporando a la empresa para, llegado el momento, pasarles el relevo al frente de la misma. De momento, trabajando en la distancia (y eso es el futuro) mis hijas ya nos están ayudando”.
A día de hoy, con Margarita y Rosa al frente, la empresa Dahlberg vende, repara y hace el mantenimiento de todas aquellas marcas a las que representa. A los clásicos departamentos de electrónica y saneamiento, añadieron en 2014 el de balsas. La tercera generación (a pesar de su juventud) ya apunta maneras, aunque de momento sea “trabajando desde la distancia”, para ir ganando peso en la compañía.
Inquieta y acostumbrada desde jovencita a liderar proyectos y grupos de personas, Margarita Dahlberg no se ha conformado con trabajar y batallar en su empresa, sino que además planteó en el seno del sector náutico la creación de una asociación que defendiera sus intereses. Así, preside desde 1984 la Asociación de Empresas Náuticas de Baleares (AENIB): “El empresario individual, en un momento determinado, se da cuenta de que no puede batallar porque hay demasiadas cosas a las que hacer frente por uno mismo. Tiene que asociarse e integrarse en un colectivo que defienda sus intereses”.